Alabar es fijar la mirada en lo bueno, en lo bello, en lo agradable que existe en nuestra vida y de ahí mirar a quien está en su origen, Dios.
Vivir en actitud de alabanza es impedir que el día sea absorbido por la rutina para evitar que la fugacidad de las cosas pierda la fuerza que cada día se nos regala.
En la alabanza se produce el milagro de hablar de lo que hemos visto y oído.